jueves, 2 de julio de 2009

“Los risos de la profesora comenzaron a rozar suavemente en mi cara…”


No sabía dibujar, con las justas podía escribir legiblemente, pero… era la única manera de poderla ver después de clases… es que 1 hora una vez por semana no era suficiente… quería verla mas seguido. Me inscribí a su curso de los jueves, pensé que como era un curso, la profesora iría a tomarme más atención pues esos cursos nunca logran llenar los salones. Entré al salón, a las 6:50, las clases eran a las 7… pero quería ganarme el asiento al frente del escritorio de la profesora desesperadamente. Pensé que iban a inscribirse más de 15 alumnos… pero sólo llegaron 9. Me quedé callado en esa larga espera de más de 30 minutos. Muchos se comenzaron a ir… no les gustaba esperar, pensé. No sabía si estas personas habían encontrado lo que yo sí pude en la profe. Ya había pasado 20 minutos y sólo quedamos yo y otro muchacho más… tal vez de 5to de secundaria. Tenía la cara de desesperado e impaciente… fue entonces cuando le dije: “Tal vez no venga… creo que nos tenemos que ir”. Él me respondió: “No… anda tú si quieres… yo la esperaré”. Desilusionado salí del salón. Llegando casi al kiosko me topé con la profe… con la de pintura… con quien quería estar a solas. “Profe… creo que las clases lo debe hacer en otro salón, la 404 ya está cerrado” , le mentí con la intención de poder quedarme sólo con ella. “¿Cuántos alumnos quedan?”- me preguntó-. “Soy el único… el resto se marchó”- le respondí”. “Creo que lo haremos en mi escritorio… ven acompáñame”. Fue totalmente inesperado lo que sucedió, por algún momento pensé que iba a cancelar las clases… pero no, ella me iba a dictar clases a solas. La acompañé hasta su escritorio… estuve nervioso durante todo ese tramo de 4 pisos, no paraba de mirarla… era tan sensual… pero no tenía aspecto de puta… sino la manera como ella hablaba… sus labios… cómo su pelo jugaba con el viento era realmente irresistible. Estuve perdulario a ella. Logramos ingresar a su escritorio… no había ningún profesor… así que me dejó sentarme en una de las mesas de los otros maestros. Me senté lo más cerca a ella. Le dije que tenía mucha vergüenza de ingresar al curso, pues no sabía dibujar y que si lo hacía ella se reiría de mis trazos chuecos. Ella me sonrió y me respondió: “Yo te enseñaré”, con una dulce voz como las de esas personas que inspiran confianzas y te dan ganas de confesarle todos tus secretos .Cogí un lápiz carboncillo. Me dijo que comenzaríamos con trazos simples. Mis trazos simples eran como las pistas serpenteadas que hay para llegar a Lima. Ella al ver esto me tomó de la mano y delicadamente me guió con su tan suave piel en esos momentos tan deliriosos cuando me enseñaba trazar correctamente. Ella no dejaba de hacer eso… creo que mis trazos eran demasiados desalineados y a pesar que ella estuvo ayudandome, mi nerviosismo me hizo una mala jugaba al no poder sentar el lápiz encima de la hoja. Realmente me excitaba que hiciera eso. Hubo un momento en la que mi aparato comenzó a sufrir los resultados de su encanto, comenzó a despertar cada vez más. Me estaba derramando… se sentía tan bien… los risos de la profesora comenzaron a rozar suavemente en mi cara… pareciera que todo fuera cámara lenta… era perfecta. La profesora súbitamente miró su reloj y dijo lo que por nada del mundo hubiese querido escuchar: “ Ya terminó la hora”… la estaba pasando tan bien… que cuando escuché eso… mi aparato comenzó a declinarse. Sacó su mano de la mía y se despidió: “Hasta luego… nos vemos en la próxima clase”, estuve tan abrumado por lo que había pasado que lo único que le pude decir fue: “Me gustó mucho su clase”… después ella con una sonrisa encantadora se fue desapareciendo del pasadizo.

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